domingo, 26 de febrero de 2017

Melodías Laborales: "Mocedades", "Secretaria" (Prepotencia / Talento Compartido)




Resultado de imagen de mocedades secretaria

https://youtu.be/vEEIzUkhd6w


MOCEDADES:SECRETARIA
(Letra al final del post)

¡Ay, ay, ay! Esa delicada frontera entre la confianza o –incluso- la complicidad profesional y las incursiones en el escurridizo campo de las relaciones y las emociones personales.

Hay estadísticas ante las que uno genera una reacción epidérmica de rechazo, pero que son recurrentes en las publicaciones de gestión de las organizaciones. Suelen aparecer alrededor del catorce de febrero y su sesgo suele ser provocativo; afirman –con poco rubor- que hasta un tercio de los encuestados ha mantenido una relación personal en el ámbito laboral y se muestran divididos sobre el hecho de que esta situación sea una prueba de la liberalización sexual moderna, desenfadada e igualitaria o bien la desagradable consecuencia de no implantar políticas de igualdad efectivas en las organizaciones que vengan acompañadas de protocolos regulados de trato respetuoso.

Éste no era el estado de las cosas cuando “Secretaria” fue compuesta, allá por los felices setenta. Y se nota.



No voy a adentrarme mucho más que un diminuto paso en las procelosas aventuras del jefe de esta desventurada señorita, porque se dibuja un panorama del individuo bastante desolador. Lo de sus “fracasos y sus triunfos” es una referencia que queda reducida a los lances de alcoba, más que a verdaderos logros en su carrera profesional. Uno no se explica –a tenor de la canción- cómo un individuo así ha podido progresar en la escala empresarial. Salvo que se cumpla algún aserto que otro, como recoge uno de los corolarios del “Principio de Dilbert”: “la gente más dañina para una organización suele ser promovida al puesto donde menos efecto negativo pueden causar: el Comité de Dirección”. Rezuma cinismo, pero –en ocasiones- parece un imposible hecho carne el comparar el nivel jerárquico de ciertos mandamases de nuestras organizaciones y el brillo de sus meteóricas carreras, salvo por un afán colectivo de protegerse de ellos.

En mi experiencia, pocos asuntos han superado la barrera media de lo desagradable y espinoso como los relacionados con denuncias de situaciones de acoso sexual. Pocas situaciones hay más repugnantes y desagradables que la de comprobar el uso abusivo de una posición dominante en la empresa para doblegar la resistencia de un colaborador y así dar rienda suelta a ciertas fantasías o a determinados deseos. Y si alguna es comparable, puedo referirme a la de construir un montaje alrededor de esa trama para inculpar a alguien. Que de todo he visto. Esas situaciones, independientemente de las circunstancias en las que se han producido, te llevan a reflexionar sobre el inusitado sentido de la impunidad del que disfrutan algunas personas; es difícil hacerse a la idea de su peculiar concepción de la realidad y de la protección a la que creen estar sometidos de cualquier consecuencia negativa de sus acciones. Junto a la impunidad, suele aparecer muy nítido el bajo concepto del ser humano que subyace en el modo de pensar de las personas que han provocado estas situaciones, ya sean reales o ficticias. 

En general, lo que es una alegre compensación o un devaneo liberador, acaba siendo una pesadilla de imprevisibles consecuencias para casi todo el mundo, incluyendo los que no tienen nada que ver en la trama directa: familiares, compañeros, etc. “Al negarme a ser amable, me ignoraste y sólo fui tu secretaria”, “pero allá a las siete en punto tú te ibas…” No tienen un tono de resignación estas estrofas y anuncian aires de tormenta futura. Por todo ello –y seguro que por mucho más, escondido en la sabiduría popular- el refranero es contundente, gráfico, directivo y poético en forma sencilla de pareado: “Donde tengas la olla,…”.

“Secretaria” inspira, sin embargo, cuestiones más nobles y menos escabrosas. Una de ellas es el papel clave de las personas de soporte en el camino hacia el éxito de un directivo. Hablamos tanto y tan bien del Talento, que logramos –muy a menudo- personalizarlo en profesionales únicos, resolutivos, brillantes…Muchos son así, pero tarde o temprano requieren del concurso voluntario y decidido de colaboradores que aporten lo mejor de sí mismo para rematar la realización de las numerosas “pequeñas cosas”, que diferencian el éxito de la ejecución satisfactoria en cualquier proyecto. La cohesión de este grupo debería radicar en un objetivo común y no en una razón de admiración personal (y menos de rendición emocional); cuando un sueño y una meta logran dar sentido a la actividad diaria de las personas, éstas tienden a emplear algunas de sus mejores energías para hacerlos realidad, encumbrado también al que detenta la visibilidad del liderazgo en ese equipo.

La canción suena también a confesión tardía. ¿Somos conscientes del impacto que causamos en nuestros colaboradores más directos? No hace mucho tiempo, he participado en un entrenamiento muy interesante, centrado en el desarrollo de habilidades sólidas de escucha. Entre otras cuestiones, trabajamos sobre el triángulo perceptivo de la “intención-acción-impacto” por el que pudimos ser conscientes de que no necesariamente nuestras buenas intenciones se perciben tan claramente en el impacto que causamos en los demás. Me gustó mucho una de las “frases de oro” de ese Entrenamiento: “mientras yo soy el Maestro de mis intenciones, los demás son los maestros de mi comportamiento”. Es esencial el tener una referencia realista y cercana en el tiempo del impacto cotidiano que causamos en nuestros equipos; no hay nada peor que moverse en un terreno de falsa colaboración y de edulcorada cohesión, que se desmorona cuando se requiere su concurso o que se traduce en un compromiso de pandereta.

A este jefe se le acabaron viendo sus “vergüenzas”. Tarde, pero con pelos y señales. Al final, como me dijo hace años un jefe francés –buen conocedor del mundo y de muy diversos tipos de líderes- , citándome un refrán de origen africano: “plus le singe monte sur le pamier, plus on voit son derrière”. Es decir, que “cuanto más alto sube el mono por la palmera, más se le ve el trasero”.

Para la que escuchaba, escribía y callaba, y optó por dejar de hacerlo con esta canción, el trasero de este jefe es rojo, virando a bermellón. Y ahora, todo el mundo lo sabe.

SECRETARIA

Secretaria,
la que no habla
siempre atenta, diciendo nada.

Te firmé mis veinte años
te ayudé a subir peldaños
y entre copa y copa me hice necesaria.
Y al negarme a ser amable me ignoraste
y sólo fui tu secretaria.

Hemos compartido juntos
tus fracasos y tus triunfos
y hasta creo haber tejido yo tus canas
pero allá a las siete en punto
tú te ibas con los tuyos, yo a mi casa.

Fui también la Celestina
de tus citas clandestinas
y aprendí a estar bien callada
luego un guiño de malicia
una caricia de cumplido
y un gentil hasta mañana.

Era yo quien escogía
las flores que cada día
enviabas a tus jóvenes amadas
era yo quien te firmaba las tarjetas
hasta en eso secretaria.

Secretaria, secretaria
la que escucha, escribe y calla
la que hizo de un despacho tu morada
casi esposa, buen soldado, enfermera
y un poquito enamorada.



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