jueves, 25 de diciembre de 2014

D. QUEJOTE DE BANDANCHA. CAPÍTULO I (1ª parte)

CAPÍTULO I:  Que trata de la condición y ejercicio del famoso Caballero Navegante don Quejote de Bandancha (Parte 1)


En un lugar de la Bandancha, de cuya URL no puedo acordarme, vivió no ha mucho tiempo un hidalgo de los de tarifa plana, insaciable voracidad de posts, router inalámbrico, plástica mentalidad ansiosa de crecimiento, desarrollo y paz interior, mallas ajustadas y zapatillas de absorbente amortiguación. Ensaladas precocinadas y largo tiempo ha preparadas, con más estabilizantes y colorantes que materia de sustancia, una lata de vertiginoso consumo las más de las noches, menú de oferta de cadena los sábados, buffet libre los viernes, algún helado de exótico sabor los domingos, consumían las tres partes de su hacienda. El resto della concluían pantalones de bolsillos campero, naúticos de cuero curtido más por el desaliño y el paso del tiempo que por tarea de artesano; fondo de armario de camisetas de oportunidades de zaíno color, un solo hábito combinado  a modo de traje de indefinible color y talle deslabazado para ocasión de fiesta y los días de entresemana honraba su mortal con un chándal de lo  más digno.

 

Vivía en pensión para eternos estudiantes, dudosos profesionales, activistas empedernidos y estudiantes foráneos de Erasmus, regentada por un ama que pasaba de los cuarenta; una llamada colega, frisando los veinte y nacida en las frías regiones escandinavas y un remedo de conserje del establecimiento que lo mismo freía una camisa que planchaba un huevo. Rozaba la edad de nuestro hidalgo los taitantos y era de complexión generosa, mórbido de carnes por efecto de la dieta grasa y de la poca pausa en el yantar, querúbeo de rostro, gran trasnochador y antiguo amigo –de amistad perdida- del trote amable, relajado y saludable por veredas, calles y parques públicos de la villa.
Quieren decir que tenía el sobrenombre de Usuario o Usuari@, que en esto hay alguna diferencia en los autores que deste caso escriben. Pero esto importa poco a nuestro cuento: basta que en la narración del no se salga un punto de la verdad.
 
Es, pues, de saber que este sobredicho hidalgo, los ratos que estaba ocioso (que eran los más del año), se daba a navegar sin pausa por la red y sus aledaños así como a la lectura compulsiva y voraz de libros de crecimiento y autoayuda (en formas impresas o digitales)  con tanta afición y gusto, que olvidó casi de todo punto la práctica física saludable y aun la administración de sus exiguas cuentas bancarias; y llegó a tanto su curiosidad y desatino en esto, que malvendió en segundas manos sus apreciadas colecciones de postales, cromos y autógrafos con el fin de  contratar tarifas planas y servicios de noticias y accesos y así poder descargar fanegas y fanegas de textos inspirados que le abrirían las puertas de nuevas dimensiones. Y no causábale menos admiración el que un monje vendiera su celestial carruaje que el que una ley inveterada e infalible gobernara nuestra fortuna, hasta el punto de que como magnetos humanos fuéramos capaces de atraer salud, hacienda y amor a nuestras vidas sin más armas que el deseo ardiente.
 
Con estas razones perdía el pobre caballero el juicio y desvelábase por entenderlas y desentrañarles el sentido, que no se lo sacara ni las entendiera el mesmo Aristóteles, si resucitara para sólo ello. Y buceaba con desmedido afán en diversos blogs y sitios web propios de mocedades y aunque perdido por causa de las expresiones de infantes que expresaban sin rubor sus sentimientos y sus infundadas opiniones -del estilo de “tkmucho” y “k lm pses mazo b :)º”- alababa en los partícipes su compromiso con el progreso y la libre expresión de ideas y muchas veces le vino el deseo de prender el teclado y aportar su ingenio a todas ellas, lo que hacía también en ocasiones para arrojar su luz sobre interesantes discusiones  -foros en línea, que así los llamaban-  que unían a civilizaciones y generaciones. Y también pretendía seguir todos los consejos de los sabios, formulando astrales mantras, presionando con sus pulgares sus centros de energía, arrojando pétalos por encima de su cabeza e intentando con doloroso ahínco nuevas posturas que ayudaran a refluir y a regenerar su singular energía cósmica.
 
Tuvo muchas veces competencia con otros simpares internautas y twiteros y también con discípulos de las más diversas disciplinas esotéricas y autoadyuvantes,  y gozaba al compartir con todos ellos esas llamadas redes sociales. Reconocía y valoraba del Dominio de Caralibro –que en su propia versión vernácula decía de Facebook- la poderosa capacidad de esta retícula para unir viejas amistades, recomponer noviazgos rotos, solventar deudas impagadas, reunir escuadras balompédicas de tiempos remotos, solidarizar a amantes de la nutria moteada, amén de difundir por medio de adhesiones inquebrantables y de posts inacabables las ideas del Progreso, la Sostenibilidad y el Talante en los ambientes más variados.
 
De igual manera, no podía por menos que reconocer la nobleza que movía a los sajonizados “open networkers” de la encadenada Linkedin, cuando sembraban sus indudables talentos profesionales entre el cosmos de asalariados y buscadores de fortuna laboral y promovían la sostenibilidad, la competitividad, la productividad y otras “tividades” varias, incluyendo la dulce cautividad de ser aceptados en Grupos, en cuyo seno los  intercambios de pareceres contribuían al avance del género humano.
 
Sobre el inmediatísimo espacio Twitter discrepaba con el inexpresivo chino que regentaba la almazara de la esquina, porque éste alababa el poder comunicativo inmediato del ingenio,  merced al cual sabía si sus congéneres de lejanas y orientales tierras se encontraban ociosos u ocupados o si leían gacetas o folletines o si se empapaban con la lluvia del momento o resultaban cuchifritos por los rayos del astro sol que en Oriente les nace brioso, mientras que nuestro hidalgo -aún admirando estas innegables hazañas tecnológicas-  aturdíase un poco con el incesante martillear de novedades.
Y mucho discutía asimismo de otros destinos de esta Red -que mudaba con frecuencia en maraña- y alternaba muy armónicamente estas navegaciones por la Bandancha con otras en espacios de cabalística y exótica denominación y deleitábase también con otros reinos virtuales de fantasía que vomitaban imágenes fijas o en movimiento de los más diversos jaeces y en todas ellas paraba a menudo.
 
Y aunque ya anunciado al lector amable que hasta aquí ha acompañado esta bitácora, es vital el  señalar también que nuestro singular hidalgo no había formado juicio definitivo tras devorar libros inspiradores sobre si le convenía más ser ratón en un queso, pez en el agua, águila sobrevolando las cumbres, jardinero de su huerto anímico, arquitecto de su carácter, moldeador de su aura, escultor de su ego, entrenador de sus neuronas, patrón del navío de su vida, gigante furibundo rompedor de sus moldes limitantes, pequeño saltamontes, infante en deseos, virtuoso en los hábitos, golfista en la práctica de la vida o eremita en la urbe. Pues tantas eran, entre muchas otras, las portezuelas que se abrían en su mollera, con cada autor y guía de mentes del que tenía conocimiento.(...)
 
 

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