sábado, 28 de febrero de 2015

DON QUEJOTE DE BANDANCHA. CAPITULO II (1ª PARTE)


CAPÍTULO II: "Que trata de la primera salida que de su tierra hizo don Quejote y de cómo hizo original entrada en el establecimiento donde sería armado Caballero Navegante"

Hechas, pues, estas prevenciones, no quiso aguardar más tiempo a poner en efeto su pensamiento, apretándole a ello la tara que él pensaba que causaba en el mundo su tardanza, según eran los agravios que pensaba deshacer, tuertos que enderezar, sinrazones que enmendar, abusos que remediar y deudas que satisfacer.

Y así, aprovechando el descuido de un fin de semana más estirado de lo habitual y  haciendo el mejor uso de una descomunal Operación Salida que partía de la populosa urbe, hizo acopio de sus mejores artilugios de conexión sin maromas –a la también que dan en llamar inalámbrica- no sin dejar de revisar con mimo y escrúpulo el conjunto de todas ellas.

Cargólas en el mochilón con orden y concierto, descendió con brío renovado las escalinatas de su refugio –cuidándose muy mucho de alterar el sueño de sus compañeros con ruidos innecesarios y alarmantes- y se acomodó en Bocinante, no sin antes retirar de su vítreo frontal espesas capas de follaje y detritus inidentificable que el devenir de los días y el exceso de abandono por las largas jornadas previas de meditaciones y desvaríos, habían hecho crecer en el mismo.


Sólo tras calentar solícitamente el motor del ingenio y soltar una breve retahíla de improperios, Bocinante consiguió arrancar su maltrecha entraña y Don Quejote sintióse dichoso de poder comenzar su épica aventura con  más facilidad y regalo de los previstos.

Instantes después, se vio rodeado de tal masa de vehículos que de forma compacta -como masa de panadero- pugnaban por abandonar la ciudad, que hasta Bocinante se sentía veloz como el alado Mercurio y brioso como el legendario Pegaso. Y fue precisamente cuando transitaba frente a la antigua Mansión de los Pegaso –hoy fuerte y plaza del Señor de Iveco- cuando Don Quejote cayó en la cuenta del trance en el que se encontraba. A izquierda, a derecha, de frente y atrás –como siguiendo el ritmo de la graciosa y pastoril yenka que recordaba de su infancia- se encontraban todos aquéllos que aún ignorantes de la alta Misión que en ese mismo día Don Quejote había iniciado, ignoraban más aún todo del ardiente fuego y de los tesoros de sabiduría que habitaban en el interior de nuestro Caballero Navegante. Y es que ningún mortal conocía de su altísima dignidad, porque ésta no disfrutaba todavía del reconocimiento merecido.


-¡Claro está y es de sentido! - se decía el Caballero- que Misión como la que he recibido de fomentar a lo largo de la Bandancha la sabiduría sin límites, el potencial sin frenos,  la felicidad sin mácula, el trabajo sin esfuerzo, el dinero sin coste, la música sin precio, la levitación sin gravosa caída, la relajación inerte y -amén de muchas más que omitiré por humilde- la plenitud de la vida cosmogónica (si es que esto quiere decir algo) no será bien aceptada ni siquiera saludada por el común de los mortales si no recibo sanción solemne y reconocimiento adecuado a la altura de la misma.

Y concluyó, por sus solas fuerzas tras este intenso diálogo interior, que era menester obtener título o grado que provocara la admiración y atención del gentío y le proporcionara la credibilidad adecuada.

-Es de ley obtener lo que mi  Misión requiere y que mi grado de Caballero resplandezca a la luz del día, como resplandece mi brioso Bocinante ante sus congéneres y más que podría aún resplandecer si algún día lo lavara.

 Y mientras esto se decía, el motorizado corcel renqueó desde sus gastadas entrañas y emitió un desesperado y ronco aviso de negros presagios de fallo terminal en su función. Don Quejote interpretó, por el contrario, ese agónico gemido de su montura como un respaldo inequívoco a su monólogo interior y este oráculo reciente le hizo avanzar en la reflexión. Se sintió pleno de alegría y ardor:

 -Dichosa edad y siglo dichoso en que quedarán marcados en toda la Bandancha y aún allende sus lindes como inicio y desenlace de la más relevante aventura jamás imaginada. Pues quedarán admirados al ver ir de la mía mano la Bandancha y el más glorioso renacer del afligido ser humano, merced a mi grandeza de ánimo, a mi simpar generosidad y donosía y a mis conocimientos tras largas y tediosas jornadas de estudio, reflexión y debate interior, que ni el más afamado gurú mantuvo con tamaña y ciclópea determinación. Y tú, cronista de esta gesta, ruégote que en ella reserves cameo o espacio similar para mi buen corcel Bocinante, cuya limitación física de no poder transitar los espacios de mi dominio no empece ni desluce su contribución a la gesta.
Y en un rapto de talante equilibrado, progresista -y de cuota también- exclamó:

-Y para ti, mi…mi bella. ¡No! ¡mi bella no! Mi dulce…¡mas qué digo! Dulce es sexista y represor. Vos, compañera doña Carola de Brunete sois el ser vivo –humano o no- por el que ansío  batirme y emplearme en pos de un mundo de mayor desarrollo y progreso para todo ser viviente y humano. Y que así redunde en que todo ser vivo animal y cada ser humano vegetal e incluso cada ser vivo sobre el que no hay consenso en qué es, digo, todos ellos fijen en vos sus miradas agradecidas.

Canalizado el fulgor de su alma épica, prosiguió en sus consideraciones. En no pocos de los tratados que conocía y en algunos más de los sitios que visitaba en la Red, se sugería con ardor que las grandes reflexiones que provocan crecimientos singulares en la personalidad, se realizaran en pequeños santuarios buscados en medio del fragor de la vida ordinaria. Así recordaba el tratado de “Zen, Reikki, Taichi y otros jardines” en el que el asceta Kogollo afirmaba “para ver la luz, busca la bruma. Llama a tu llama interna. Si dudas, llama al 902555555 por el módico coste de 0,60 reales el lapso”.

Tras este intrincado texto, Don Quejote, en su enajenación, tuvo una clara visión…con más de “visión” que de “clara”, por describirla con precisión. En ese singular momento apareció por la vereda izquierda de la transitada ruta lo que él interpretó en su estado de ensoñación como uno de esos jardines santuarios descritos en los libros de iniciación a la paz del espíritu y a la atonía de sentimientos.

Así veía nuestro hidalgo uno de los monstruosos centros de comercio que rodeaban la urbe y que consideraba uno de sus pretendidos edenes de paz y armonía. En efeto, en sus arrebatos iniciales de locura, sentíase confortado cuando acudía al citado comercio, que le recibía con un sedante : “YO NO SOY TONTO”. Tras atravesar sus murallas, disfrutaba del placer de alcanzar con sus manos y de escuchar de los sabios que allí moraban todos los secretos de la red y de los hábiles ingenios que por ella ayudaban a transitar, sin obligación de pago ni de solicitud de cita previa. (...)

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