LOS PRISIONEROS:CANCIÓN DEL
TRABAJO
(Letra al final del comentario)
(Letra al final del comentario)
El nombre del Grupo no augura un desarrollo optimista,
positivo y retador referido al trabajo. Es la tercera canción de esta
recopilación con el mismo título y el
cierre no es precisamente dorado; es más, describe un entorno con tonos que
tienden –muy marcadamente- al azabache.
Este grupo chileno presentó el disco en el que se
incluía esta canción en un ambiente enrarecido por la disputa entre sus dos
autores -causada por airear las diferencias entre todos ellos- que dieron como
resultado el despido fulminante del guitarrista principal en una escena más
propia del capitalismo descarnado que criticaban, que del mensaje de renovación
social que predicaban. La tensión del momento no debió de ser pequeña, porque
en la rueda de prensa que ofrecieron tras este doloroso incidente los
periodistas acabaron bombardeados por los micrófonos y los vasos que les lanzó
Jorge González, el “directivo” vencedor de esa crisis de familia. La tensión se
liberaba sin aditivos, edulcorantes o colorantes.
Suele pasar. El refrán popular ya lo predecía: “dime de qué presumes y te diré de qué
careces”. La crítica, los comportamientos de los que requerimos su cambio
en los demás, la mejoría que exigimos en las estructuras que se encuentran
fuera de las nuestras, la revolución que pretendemos organizar para cambiar las
cosas…suelen verse poco acompañadas de nuestro compromiso particular para
cambiar.
Desde siempre me ha golpeado la conciencia esa frase
tan interpeladora atribuida a Gandhi: “Sé el
cambio que quieres ver en el mundo”. Cada vez que contribuyo, por mi parte,
al cambio en el mundo con ese comentario bienintencionado –o no tanto- sobre un
comportamiento ajeno, con esa referencia a un colega que debería modificar un
hábito o adquirirlo, con un análisis y un plan de acción detallado sobre una
determinada situación social que requeriría un vuelco significativo…intento
poner delante de mí un espejo bien bruñido. No suelo salir bien parado, lo
confieso.
En el itinerario del crecimiento y el desarrollo
personal, plagado de cambios fructíferos pero también exigentes, hay etapas que
requieren toda nuestra atención, nuestra completa honradez –no me gusta nada
esa deformación que apela a nuestra honestidad, más relacionada con nuestra
decencia, pudor y justicia por origen etimológico-, nuestro esfuerzo consciente
y nuestra dedicación inteligente. Si no somos capaces de recorrer estas etapas en
nuestras vidas, es muy probable que naveguemos a la deriva señalando a los
demás con un dedo acusador que debería imantarse permanentemente, señalando
hacia nosotros acusadoramente. Saltar de esta esfera personal de
irresponsabilidad hasta el escalón de la reivindicación social, acusando a los
demás de aquello que no estamos ni remotamente dispuestos a cambiar nosotros
mismos, es sólo una simple pirueta mental.
En esa rueda del reto personal podemos identificar
como primera etapa la que podemos describir como la de la Competencia
Consciente. En ella, somos perfectamente conocedores de nuestros hábitos y
nuestras fortalezas en gran parte de nuestras áreas vitales tanto en el terreno
de las relaciones personales, como en el de las actividades profesionales.
Pero llega a menudo un paso crucial: alguien o algo
nos pone en nuestro camino ese momento de la verdad en el que nuestros pequeños
o grandes lastres frenan nuestro avance o aceleran inmisericordemente nuestra
caída. Es una bifurcación crítica: de un lado está la vía de la negación, de la
acusación generalizada, de la justificación o de la desesperación y la
autodestrucción, en el límite; de otra, está la siguiente etapa en la rueda del
crecimiento: la de la Incompetencia Consciente. Se trata de reconocer que hay
un aspecto –quizá sorprendente, en primera instancia, quizá hasta humillante-
que no conocemos, no dominamos o no tenemos interiorizado. Esta vía conduce a
la coherencia; aquélla, a la inmadurez.
Pero no basta –siendo un gran paso- con reconocer una
limitación o un defecto. Como recuerda otro refrán: “el que sabe y no hace, no sabe nada”. No basta con un correcto
análisis, un diagnóstico agudo, una identificación sin desvío y una intención
inmaculada. Para crecer, para tener la credibilidad de ser el cambio que
queremos ver en el mundo, debemos poner los medios y realizar las acciones
consecuentes. Son esos veintiún días que los psicólogos estiman que necesitamos
para, con sus meandros y sus vaivenes, construir un hábito y hacerlo naturaleza
nuestra. Así, lograremos llegar al tercer escalón en el crecimiento que nos
hará ser de nuevo conscientemente competentes y muy rápidamente nos abrirá la
puerta al estado de la Competencia Inconsciente. En esta fase, podremos lograr
afirmar que somos así o que nos expresamos nosotros mismos, cuando lo cierto es
que algo externo a nosotros se ha incorporado a nuestro día a día con la
naturalidad de un familiar o un gran amigo. El heroísmo de salir de nuestros
rutinarios cerrojos y de liberar nuestras limitantes pero acomodadas cadenas es
un precio que muchos de nosotros no estamos dispuestos a pagar.
Y entre negar la evidencia y anegar nuestra potencia
de esculpir a diario nuestro carácter, hundimos las más de las veces nuestra
posibilidad de cambio y nos refugiamos en la confortable denuncia, en la
vistosa indignación y en la revolución siempre pendiente.
Gran parte de los problemas que vivimos en la
actualidad en nuestros hogares residen en nuestra incapacidad de reconocer
nuestros flancos débiles, vergonzosos y sonrojantes y en aplicar la energía
debida para enderezarlos, antes de verter nuestro potencial de disección de
defectos y nuestro arsenal de remedios mágicos sobre los demás. Yo, el primero.
Y de los hogares, esta infección salta con facilidad a nuestras escuelas,
nuestras empresas, nuestras ciudades y nuestra Sociedad.
Los sindicatos acusan a la patronal; la patronal, al
Gobierno; el Gobierno a la oposición; la Oposición, a la Historia; la
Historia…se repite.
El empleado, acusa al jefe; el jefe, a su jefe; su
jefe, al entorno; el entorno, a las variables; las variables, a los ciclos; los
ciclos, al estado de ánimo colectivo; el estado de ánimo colectivo…
Esta canción no salva ni al trabajo más sublime en pos
del ideal más sagrado, ni a la dignidad que enriquece al que satisface una
necesidad con su actividad, ni a la justa compensación por el trabajo y el
esfuerzo rentable, ni al trabajo en equipo para la consecución de metas
efectivas… ¡para que el compositor acabe despidiendo a su colega de giras y de
trabajo a destajo, con una frase inmisericorde y una actitud despótica!
LA CANCIÓN DEL TRABAJO
Tengo
trabajo y me da lata
No es
mala plata pero no basta para motivarme
No
convencerme, que acaso no sea mejor idea
Sacar el
puzzle, tirar escupo por la ventana
hojear el
diario
Y
contemplar esa pila de papeles en blanco
Tengo
trabajo otros no tienen
Si por trabajo
tuviera acceso
A
recortar oscuros presupuestos
O aceitar
suavemente la mano que me Acaricia
Pues nada
de eso, no creo, nada
Me haría
laborar con ganas
o
siquiera sonreír al espejo
Cuando me
afeito cada mañana
Presto y
dispuesto
a mis
nueve horas diarias
de sacar
la vuelta heavy
El
trabajo dignifica al hombre/.. Di lo que quieras
Usa tu energía
en algo útil/... No te discuto
Gánate la
vida con sudor
(Como la
canción)
Gánate la
vida con el sudor de tu frente
El
trabajo dignifica
pero no
entiendo bien que significa dignifica
alcanzo a
ver que rima con caja chica
con
trafica y con mijita rica
A
trabajar cada día, a trabajar
perdiendo
el tiempo fui feliz
Sacando
la vuelta yo soy asi
a mis
nueve horas diarias
de sacar
la vuelta heavy
El
trabajo dignifica al hombre/.. y a la mujer también
Usa tu energía
en algo útil/... algún día entenderás hijo
El
trabajo dignifica al hombre/...Dale
Usa tu energía
en algo útil
(Como la
canción)
Gánate la
vida con el sudor de tu frente, de tu frente
El
trabajo dignifica al hombre, el trabajo dignifica al hombre
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