martes, 1 de noviembre de 2016

"ES UNA LATA EL TRABAJAR".LUIS AGUILE

20 conocidas canciones de todos los tiempos y diferentes idiomas pueden encerrar un aprendizaje interesante sobre el entorno de nuestros trabajos. "The Beatles", Raphael, Adriano Celentano, John Lennon, Amaral, Dolly Parton, Garth Brooks, Antonio Molina: todos ellos son fuente de consejos "con ritmo". 

Empezamos:
                                      
 LUIS AGUILE: ES UNA LATA EL TRABAJAR






(...)
 ¡Cuántos de nosotros seguimos teniendo grabado a fuego el simpático recuerdo de un Luis Aguilé, ataviado con una kilométrica corbata y luciendo una provocativa barriguilla en su escorzo,  paseándose socarrón por un escenario a los acordes de esta canción!



Eran otros años. Casi todas las sociedades representadas por el estereotipo de Aguilé se encontraban inmersas en la modorra del paso de la vida, valorando –y cantando- a la feliz trilogía que nos daría la felicidad completa; salud, dinero y amor. Sociedades latinas, católicas en su mayoría y amantes del orden y la armonía.

La salud la lográbamos conservar de un modo bastante aceptable gracias a una auténtica dieta mediterránea, basada más en la necesidad que en  la virtud: aún no habíamos sido sabrosamente invadidos por las cadenas de comida rápida ni considerábamos remotamente la posibilidad de ir comiendo o bebiendo por la calle cualquier preparado o nutriente en toda la escala de la alimentación. Verduras, frutas, algún infeliz pollo que adornaba nuestras mesas de fin de semana, pescado si no fresco sí aceptablemente conservado. El buen clima hacía el resto. Nuestra esperanza de vida era alta y nuestros hábitos saludables –salvo el tabaco y alguna que otra adicción al vino peleón- eran sus garantes.

El amor era –y sigue siendo- consustancial a nuestro estereotipo: somos “latin lover”. Querer y ser querido: dos aspiraciones del ser humano que se enroscan con vuelta y contravuelta en nuestro ADN. Amor de madre tatuado en nuestros brazos legionarios, amor de novia grabado en las cortezas de los árboles, amor de perros grabado en los excrementos de nuestras calles y amor de hijo, manifestado en las baldas de nuestros despachos o en los muritos de nuestros cubículos por medio de dibujos, poesías, ceniceros o pedruscos coloreados que honran el Día del Padre o de la Madre.

La vida pasaba felizmente. Pasaba, sin sentido de dominio. Pasaba en ocasiones con acompañamiento solemne, como el que expresaban en ocasiones nuestras abuelas: “un día más, un día menos...” y esos puntos suspensivos se nos clavaban en el alma.

Es una lata el trabajar. No por nada muy en especial, sino porque te tienes que levantar. Al mismo nivel de desgracia vital considera la canción el que a tu madre se le escapen unas gallinas –dónde viviría el protagonista y a qué hora se tendría que levantar si lo hacía en un entorno rural- , que tu novia haya tomado prestado los ahorrillos de toda una vida para irse a la Gran Manzana o que tu cara requiera urgentemente de una cirugía estética en profundidad. La lata del trabajo empieza antes de que se produzca.

Hace unos años caí en la cuenta del origen etimológico de la palabra “negocio” en castellano. En un momento de cumbre intelectual de mis reflexiones reparé en que otros idiomas lo consideran de manera muy diferente al nuestro. En inglés, por ejemplo, “business” es –literalmente- un “estado de ocupación”; nada peyorativo ni laudatorio sino aparentemente descriptivo. Algo similar ocurre en francés, idioma en el que “affaires” se podría traducir por “por hacer”; sin  más matices, tan propios del francés en otros registros. El italiano “affari” comparte ese sentido. Llegué a bucear en el alemán, para encontrar que la palabra negocio se identificaba con la humilde y  común “tienda” de toda la vida.

Sin embargo, en español, el “negocio” es, precisamente, eso: la negación del descanso y del tiempo libre, el “neg-ocio”. La maldición bíblica, la zanja amenazante, la argolla asfixiante y el muro babilónico que se interpone entre nosotros y el placer cotidiano. Un precio que hay que pagar, incluso antes de realizarlo: sólo con levantarnos de la cama para realizarlo ya empieza a acribillar y a mortificar nuestro maltrecho ser. Gracias a Dios, el amor nos permite sobrellevar la tensión del salto desde la cama hasta el infierno laboral y nos ayuda a pasar felizmente las hojas del calendario.

Algo hemos cambiado, pero el peso de la etimología sigue lastrando nuestra concepción del trabajo. Ya lo reflejan algunas joyas de nuestro refranero popular: “Aunque no sea más que por el mísero afán de descansar, debemos de trabajar”, “Durmiendo es y me canso, ¿qué no será trabajando?” “trabajando por cuenta ajena, poco se gana y mucho se pena”.

Otras melodías nos mostrarán de modo más contundente nuestra genética predisposición negativa hacia el trabajo y hacia la naturaleza laboriosa, pero el ritmo desenfadado de esta canción es un buen botón de muestra de una errónea concepción del trabajo que está en la raíz de muchos de los problemas de nuestro mercado laboral, de nuestro atávico problema de competitividad y de nuestras aspiraciones vitales más profundas.

Y hoy, ni siquiera le damos gracias a Dios.

Es una lata el trabajar,Todos los días te tienes que levantar,

Aparte de esto, gracias a Dios,

La vida pasa felizmente si hay amor.

Mi madre llora en el corral,
Sus tres gallinas se han debido de escapar,
Aparte de esto, gracias a Dios,
La vida pasa felizmente si hay amor.

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