“LIDÉRESE
A SÍ MISMO...LIDERÍASE DE SÍ MISMO ”
(Extracto de Presentación)
Liderar,
dirigir es una tarea apasionante. Pero también puede ser una actividad
despegada de todo lo que valoramos en nuestro día a día o también puede ser un
complicadísimo entramado de teorías, planes e ideas geniales, que nos alejan
cada vez más del resultado de lograr movilizar de modo permanente a nuestros
equipos en el proceso de lograr – de sobrepasar- los objetivos que nos hemos
marcado.
Una
vez sabemos algo más acerca de cómo construir un liderazgo
sólido,ético,virtuoso, fluido, sistémico, transaccional, comportamental...nos
queda un elemento clave, que es tan sencillo como saber qué es lo que tenemos
que conseguir con ese liderazgo. No basta con aunar voluntades y caracteres
entorno a un líder indiscutido...hay que tener bastante más claro qué es lo que
queremos conseguir con ellos. Y aunque parezca que dentro de nuestro entorno
empresarial la respuesta a esta pregunta es directa y clara...la situación no
pinta tan cristalina, Desde crecer por crecer, hasta ser socialmente
responsable, hay muchos posibles fines susceptibles de movilizar a nuestras
organizaciones empresariales: incrementar (y hasta maximizar) el valor de la
inversión del accionista, buscar un crecimiento acorde de cada persona que
aporta su colaboración a la Organización, crear entornos éticos, ser entornos
de aprendizaje continuo...enunciar uno u otro es un primer paso importante a la
hora de orientar el Liderazgo que tenemos que ejercer día a día. No se parecen
mucho empresas con formulaciones y construcciones de Misión Empresarial
diferentes. Casar ciertos estilos de liderazgo con ciertas definiciones de
Misión necesita Celestinas bastante experimentadas.
Es
decir, que la realidad se empeña en decirnos que todo ese entramado de
construcciones intelectuales acerca de los elementos del Liderazgo y de la
Misión en una empresa choca las más de las veces con la sólida y tozuda
comprobación de que nuestro mundo empresarial –y gran mayoría de los mundos
teóricos que le rodean- es limitado y no puede dar respuesta a las grandes y a
muchas de las pequeñas aspiraciones de cada uno de nosotros. Alguien decía – y
no le falta razón en muchos casos- que pretender que la empresa se dedique a
motivar a sus empleados en un empeño inútil o abocado al fracaso...que a lo que
una empresa puede aspirar como gran objetivo es a no desmotivar a la gente.
¿Y
que soluciones nos quedan entonces? Ante el elenco de posibles opciones
(empeñarnos en seguir convencidos de que nuestra empresa debe ser objeto de
fidelidad sin límites de nuestra gente, caer en el cinismo más refinado y
seguir un juego de apariencias, enarbolar el banderín de la resistencia social
y militar activamente contra la oligarquía dominante...) reivindico el buen
humor, como solución con larga tradición de relación estrecha con la inteligencia
para la solución de las paradojas entre las que vive el ser humano.
Reírnos
de nuestras propias limitaciones, Sonreír y relativizar con responsabilidad
ante el incontable número de ocasiones (que habrá que reducir con el
aprendizaje) en las que propagamos a los cuatro vientos maravillas de nuestra
empresa cuando detrás de la puerta rugen ejemplos reales de traición a nuestra
cultura corporativa. Ser capaces de conocer nuestras limitaciones –y hasta de
usarlas a propósito en nuestra comunicación- para mostrar a nuestros
“subordinados” que el “líder” sabe que su influencia vital es limitada y que no
pretende sustituir al personaje religioso, deportivo, musical, artístico o al
locutor de radio en el que ellos confían habitualmente más que en el líder.
Saber manejar con ese delicado medidor que es la ironía que la felicidad que
una empresa puede aportar siempre es una dosis limitada de lo que la persona
quiere disfrutar. Esta actitud se muestra en numerosas ocasiones en la
publicidad de muchas empresas -¿se ha dado cuenta de cuántas de ellas utilizan
el buen humor y la sonrisa en su comunicación comercial?-pero es detenida
sumariamente en el control de acceso por una pretendida política corporativa
que atrapa la vida de nuestros directivos y de nuestros colaboradores.
Más
valdría a muchas escuelas de negocio y a muchos de nosotros tener como lectura
de cabecera –entre otras- la “Oración del Buen Humor” de un gran personaje
histórico como lo fue Tomás Moro, Canciller del Rey Enrique VIII y ejemplo de cómo
ante las situaciones más críticas y difíciles hay que tener la cabeza bien
amueblada. El Buen Humor forma parte
esencial de ese mobiliario.
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